Luke Robinson y las puertas de los sueños - trusolismo

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Duetas · 7

Luke Robinson había pasado tantos años cruzando las fronteras del sueño que ya no distinguía del todo el murmullo de la vigilia del eco aterciopelado que resonaba en las Tierras del Sueño. La Caja portal, ese regalo enigmático que su tío le había dejado antes de desaparecer, vibraba siempre que la tocaba, como si un corazón antiguo palpitara dentro de ella. Era su llave, su ancla y su condena. Con un simple gesto, Luke podía abrir una puerta luminosa en mitad del aire y cruzar a otro lugar, otro tiempo o… otro estado de conciencia. Como un hechicero perdido entre mundos.

Recorriendo la frontera entre ambos planos, los susurros del caos se habían vuelto cada vez más insistentes. En el Bosque Encantado las sombras lo seguían. En Celephaïs, los colores mismos parecían desvanecerse. Algo antiguo estaba deshaciendo las reglas de los sueños, arrancándolas hilo por hilo.

La primera señal llegó cuando percibió un fulgor hipnótico entre los árboles: Atracción por la llama, el embrujo que empuja a los incautos hacia su propia perdición. Luke lo contuvo gracias al brillo vacilante de su Rosario sagrado, recordándole que incluso en los sueños existen fuerzas que protegen a quienes conocen sus nombres.

Pero no siempre bastaba con una oración. Las Tierras del Sueño podían ser harto volátiles. Cuando el tejido del mundo se doblaba como un espejo de mercurio, Luke trazaba círculos en el aire con la mano extendida, y una Barrera de protección chisporroteaba a su alrededor. Era un gesto elegante, casi ritual, enseñado por maestros que solo existían en las horas más profundas del sueño.

A veces, sin embargo, perdía la conexión con la realidad: un temblor, un parpadeo… y de pronto, Luke se encontraba desconectado de la realidad, atrapado entre pensamientos que no eran suyos y visiones que no pertenecían a ningún plano estable. En esos momentos, solo la guía del Sr. “Torre”, firme como un faro entre tormentas, lo mantenía en un hilo de cordura.

Cuando necesitaba comprender el mensaje oculto de un símbolo o un susurro antiguo, elevaba la mano y dejaba que su Sexto sentido lo envolviera, abriendo caminos invisibles. Y si eso no bastaba, recurría a los venerables ritos de su linaje: el Rito de búsqueda, o si la respuesta estaba enterrada demasiado hondo, un esfuerzo aún mayor para interpretar las señales que solo los soñadores más dotados podían descifrar.

No obstante, los peligros eran reales. En ocasiones, criaturas de humo y hambre emergían de los límites del sueño. Cuando Luke veía su forma espectral arrastrarse hacia él, liberaba energía pura en forma de Consunción, agotando el alma de la criatura; o blandía una Cuchilla espectral, arma nacida de luces imposibles, que cortaba la esencia misma de lo onírico.

Otras veces era la desesperación la que lo atrapaba. Miradas vacías, murmullos dulces: el estado que los soñadores temen más que a la muerte. Embelesado. Un hechizo sutil que lo hacía querer quedarse, olvidar el mundo, perderse entre las nubes del sueño eterno. Pero Luke no era un soñador cualquiera. Si la realidad dudaba, él podía negar la existencia misma de aquello que lo amenazaba, arrancando a la criatura de su propio plano como si nunca hubiera sido real.

Y cuando el peligro era mayor… Cuando las Tierras del Sueño clamaban con voces de tormenta y perfiles de pesadilla… Luke alzaba ambas manos y desataba la fuerza incalculable de una Tormenta de espíritus, una descarga que iluminaba miles de kilómetros del reino onírico y dispersaba a cualquier horror que habitara en sus bordes.

En los raros momentos de calma, registraba todo con su Cámara plegable Hawk-Eye. No era nostalgia. Era cautela: si algún día caía, alguien debía saber lo que había visto. Lo que había protegido. Lo que había sacrificado.

Pero no se engañaba. Cada viaje lo alejaba un poco más de sí mismo. Cada uso de la Caja portal desgarraba un hilo más de su alma. A veces, tras un portal, aparecía una figura borrosa, una debilidad que adoptaba un rostro que él había olvidado o querido olvidar. Su propia sombra, quizá.

Aun así, cuando encontraba un crimen o una fractura entre planos, Luke era capaz de concentrarse, de respirar hondo… y resolver el caso con una frialdad que ningún soñador común podría imitar. Y cuando el peso era insoportable, cuando las Tierras del Sueño murmuraban su nombre con intención de devorarlo, Luke cerraba los ojos y dejaba fluir su esencia con un gesto antiguo: soltar el alma, liberando parte de sí mismo para atravesar barreras que ningún mortal podría cruzar intacto.

Porque sabía que aquello que se avecinaba no era un simple desorden en los sueños. Era un caos primordial, capaz de devorar tanto la vigilia como la irrealidad. Y Luke Robinson, con su Caja portal temblando entre las manos, era lo único que se interponía entre ambos mundos.

Él era explorador, vigilante… y guardián de lo imposible. Y mientras su corazón siguiera latiendo, ningún horror —ni soñado ni despierto— reclamaría el mundo sin enfrentarse antes al maestro de los caminos oníricos.

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